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Seguro era abril

La sombra del ave se posó sobre la cortina de la ventana. Dibujaba la silueta de un tordo. Un tordo con plumas bien negras y algo corto. Aunque oscuro, el sol se reflejaba sobre él dejando ver un arcoiris de colores como mancha de aceite en el asfalto; pero nada de esto importa, ya que sólo se ve su sombra en la fina tela que cubre la abertura de la oficina. Fijo, sobre la línea que denota un alambre tensado, parece disfrutar del calor que le da el cielo despejado en un día frío. Sólo gira la cabeza para distribuir simétricamente los rayos del sol. Se suma una nueva sombra, sus alas abiertas al llegar formaban un semicírculo, denotando claramente una golondrina. Raro, quizás perdida, quizás en una migración tardía, pero acá a fin de cuentas: sobre un alambre frente a frente con el tordo. El primero mira al segundo visitante. Da un paso hacia atrás y analiza a quien tiene delante suyo. Sorprende por sus colores, parecidos en parte pero lejos de ser iguales. Un pecho blanco en el centro