Un simple hombre, un esposo, nacido en las landas del viejo occidente, fue condenado.
Las razones no se conocen con precisión. La leyenda dice que fue por inmiscuirse con los más inocentes. ¿Quién sabe qué atrocidades habrá cometido con las criaturas, los jóvenes, las futuras generaciones? Con seguridad se sabe que fue apresado y llevado a la justicia por el Dios del Norte, aquel que nada se le escapa a la vista.
¿La condena? Similar al castigo de Sísifo, le fue dada la pena de trabajo forzado para toda la eternidad. Un trabajo repetitivo, sin descanso. La pena de ver morir a sus seres queridos, ver pasar las generaciones mientras él queda, trabajar todo el año sin parar para terminarlo en un recorrido al rededor del globo, resarciendo sus culpas a los iguales a quién supo ofender en su tiempo, solo para volver a comenzar.
¿La condena? Similar al castigo de Sísifo, le fue dada la pena de trabajo forzado para toda la eternidad. Un trabajo repetitivo, sin descanso. La pena de ver morir a sus seres queridos, ver pasar las generaciones mientras él queda, trabajar todo el año sin parar para terminarlo en un recorrido al rededor del globo, resarciendo sus culpas a los iguales a quién supo ofender en su tiempo, solo para volver a comenzar.
Obligado a sufrir las consecuencias físicas del tiempo, cada año se hace más difícil el trabajo y sus compensaciones son menores.
El yugo de la edad recae sobre él, añora el eterno letargo que nunca llegará. Un eterno trabajo, sin tiempo siquiera para afeitarse; su sistema digestivo falla y le genera obesidad, su visión decae, ya no distingue con claridad los colores: no ve que las pieles que usa están manchadas con la sangre de aquel animal (probablemente un oso) que pereció ante sus ya débiles aunque experimentadas manos. Su voz no es la misma que sonaba con claridad, ahora no es más que un grave graznido repetido, el cual, se dice que durante sus viajes, es posible oírlo por la noche: "jo jo jo... jo jo jo..."
Y así alumnos, es cómo se tergiversa a un personaje de la infancia.
El yugo de la edad recae sobre él, añora el eterno letargo que nunca llegará. Un eterno trabajo, sin tiempo siquiera para afeitarse; su sistema digestivo falla y le genera obesidad, su visión decae, ya no distingue con claridad los colores: no ve que las pieles que usa están manchadas con la sangre de aquel animal (probablemente un oso) que pereció ante sus ya débiles aunque experimentadas manos. Su voz no es la misma que sonaba con claridad, ahora no es más que un grave graznido repetido, el cual, se dice que durante sus viajes, es posible oírlo por la noche: "jo jo jo... jo jo jo..."
Y así alumnos, es cómo se tergiversa a un personaje de la infancia.
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